sábado, 4 de agosto de 2012

Domingo 18 Durante el Año



1. «Pan del cielo».

El estado de ánimo del pueblo de Israel (en la primera lectura) es comprensible desde el punto de vista humano: Dios ha llevado al desierto a los israelitas y éstos están a punto de morir de hambre porque allí no encuentran comida alguna. Es difícilmente imaginable que todo un pueblo, en una situación tan desesperada, espere un milagro del cielo. Dios no se lo reprocha aquí, sino que promete un doble milagro: al atardecer, carne -la banda de codornices que cubrió el campamento-; por la mañana, pan, que lo israelitas recogerán sin saber lo que es (Man-hu ¿Qué es esto? = maná). De nuevo el milagro veterotestamentario -la carne y el pan, el pan que es carne y la carne que es pan- no es más que la imagen anticipada de lo que Dios dará al mundo en Jesús. Son muchos los hombres que han muerto de hambre en el desierto, hasta en nuestros días. La preocupación suprema de Dios no es alargar un poco más la vida de estos mortales, sino, como dirá Jesús, darles el pan del cielo para la vida eterna.

2. «Yo soy el pan de vida».

La milagrosa multiplicación de los panes ha quedado atrás. En el evangelio de hoy la gente corre tras el taumaturgo para ser alimentada por él en lo sucesivo. Exactamente como la Samaritana junto al manantial de Jacob: «Dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla» (Jn 4,15). También esto es comprensible humanamente hablando. Jesús propone a los que han ido en su busca «trabajar» por otra cosa: por el alimento que perdura y da la vida eterna, algo que evidentemente será una obra de Dios. Por eso preguntan al momento: «¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?». No se dan cuenta de que con esta pregunta están expresando una contradicción: el hombre no puede «ocuparse» en las obras de Dios. Jesús indica la contradicción así como la manera de superarla. La obra que Dios quiere es que el hombre crea, en lugar de trabajar, que se entregue al que ha sido enviado por Dios. Pero ellos quieren un signo para poder creer, se imaginan siempre la fe como una obra. Entonces Jesús se opone, como verdadero pan del cielo, al maná que se podía recoger en el desierto; el hambre espiritual sólo puede saciarse con la aceptación creyente de Jesús, que ha sido enviado por Dios al mundo como verdadero «pan del cielo». El creyente también tendrá que obrar, pero únicamente a causa de su fe, no para creer. Porque la fe es una entrega plena al Dios que actúa en el creyente, no una prestación humana.

3. El hombre nuevo.

Por eso (según la segunda lectura) hay que despojarse del «hombre viejo, corrompido por deseos de placer», que, debido precisamente a su permanente querer poseer, se deprava y se priva de todo, para poderse vestir de la «nueva condición humana creada a imagen de Dios». La imagen original de Dios es Cristo, que no conoce concupiscencia alguna, sino que es pura entrega; el hombre ha sido creado según esta imagen arquetípica, para ser conforme a ella, abandonando la concupiscencia para dejar que acontezca en sí únicamente la obra del Padre: la impresión de la imagen original del Hijo en nosotros mediante el Espíritu Santo.
HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 183 s.

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