viernes, 8 de abril de 2011

4º Domingo de Cuaresma

SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

Jn 4,5-42: Es figura de la Iglesia

Llegó, pues, a una ciudad de Samaria, de nombre Sicar, cerca del predio que Jacob dio a su hijo José. En él estaba la fuente de Jacob (Jn 4,5-6). Se trataba de un pozo, pero todo pozo es una fuente, aunque no toda fuente sea un pozo. Se llama fuente siempre que el agua mana de la tierra y sirve a las necesidades de quienes van por ella; si el manantial está a la vista y a flor de tierra se le llama simplemente fuente; si, por el contrario, está hondo y profundo, se le llama pozo, sin dejar de ser fuente.

Jesús, pues, fatigado del viaje, se hallaba así, sentado, sobre el brocal del pozo. Era aproximadamente la hora sexta. Ya comienzan los misterios. Pues no en vano se fatiga Jesús; no en vano se fatiga la Fortaleza de Dios; no en vano se fatiga aquel que nos restablece cuando nos hallamos cansados; no en vano se fatiga aquel cuyo abandono nos fatiga y cuya presencia nos fortalece. De todos modos, Jesús se fatiga; y se fatiga del viaje y se sienta; y fatigado se sienta en el pozo, a la hora sexta. Todo esto quiere sugerirnos algo, quiere indicarnos algo; reclama nuestra atención y nos invita a llamar. Ábranos a mí y a vosotros quien se ha dignado exhortarnos con estas palabras: Llamad y se os abrirá (Mt 7,7). Jesús se ha fatigado en el viaje por ti. Vemos que Jesús es la fortaleza y le vemos débil; le vemos fuerte y le vemos débil. Fuerte porque en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba al principio en Dios. ¿Quieres ver la fortaleza de este Hijo de Dios? Todo fue hecho por ella y sin ella nada se hizo; todo lo hizo sin cansancio alguno. ¿Quién es más fuerte que el que hizo todas las cosas sin cansancio alguno? ¿Quieres conocer ahora su debilidad? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,1.3.14). La fortaleza de Cristo te hizo y su debilidad te rehizo. La fortaleza de Cristo ha llamado a la existencia a lo que no existía; la debilidad de Cristo ha impedido que se perdiese lo que ya existía. Con su fortaleza nos creó, con su debilidad nos buscó...

¿Por qué, pues, era la hora sexta? Por hallarse en la sexta edad del mundo. El evangelio cuenta como primera hora la primera edad del mundo, que va desde Adán hasta Noé; la segunda, la que va desde Noé hasta Abrahán; la tercera, desde Abrahán hasta David; la cuarta, desde David hasta la transmigración a Babilonia; la quinta desde la transmigración a Babilonia hasta el bautismo de Juan; de él parte la sexta que es la actual. ¿De qué te extrañas? Vino Jesús y, humillándose, llegó hasta el pozo. Llega fatigado, porque lleva sobre sí el peso de la débil carne. Era la hora sexta, porque estaba en la sexta edad del mundo. Llegó hasta el pozo, porque descendió hasta lo profundo de nuestra morada. Por eso se dice en los Salmos: Desde lo hondo he clamado hacia ti, Señor (Sal 129,1). Se sentó, ya lo he dicho, porque se humilló.

Y llega una mujer (Jn 4,7). Es figura de la Iglesia, aún no justificada, pero a punto de serlo: éste es el tema de conversación. Viene sin saber nada, encuentra a Jesús y Jesús trabó conversación con ella. Veamos sobre qué cosa y con qué intención. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Los samaritanos no eran judíos; sino extranjeros, aunque vivían en regiones circunvecinas. Sería demasiado largo contar el origen de los samaritanos. Para no alargarme demasiado, dejando sin tocar quizá las cosas importantes, basta con que consideremos a los samaritanos como extranjeros. Y para que no se piense que mi afirmación tiene más audacia que verdad, oíd lo que dice el Señor Jesús de aquel samaritano, uno de los diez leprosos limpiados por él y el único que volvió a agradecérselo: ¿No eran diez los limpiados de la lepra? ¿Dónde están, pues, los otros nueve? ¿Ningún otro volvió a darle las gracias a excepción de este extranjero? (Lc 17,17).

Está lleno de significado el hecho de que esta mujer, que figuraba a la Iglesia, procediese de un pueblo extranjero para los judíos; en efecto, la Iglesia se formaría de los gentiles, que los judíos tenían por extranjeros. Escuchemos, pues, nosotros mismos en su persona, reconozcámonos en ella y en ella demos gracias a Dios por nosotros. Ella era la figura, no la realidad; ella misma fue primero símbolo y luego se convirtió en realidad, pues creyó en aquel que quería hacer de ella una figura nuestra. Vino, pues, a sacar agua. Había venido solamente a sacar agua, como suelen hacerlo los hombres y las mujeres.

Le dice Jesús: Dame de beber. Los discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La mujer samaritana le contestó: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides agua a mí que soy samaritana? Los judíos, en efecto, no tienen buenas relaciones con los samaritanos (Jn 4,7-9). He aquí la prueba de que los samaritanos eran extranjeros. Los judíos no se sirven jamás de sus cántaros, y como ella lo llevaba para sacarla, se extraña de que un judío le pidiese agua, ya que los judíos no suelen hacerlo. Pero, en realidad, quien le pedía de beber, tenía sed de la fe de aquella mujer.

Escucha ahora quién le pide de beber. Jesús le responde y le dice: si conocieses el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», seguramente se lo hubieras pedido tú a él y él te hubiera dado agua viva (Jn 4,10). Pide agua y promete agua. Se manifiesta como necesitando recibir y al mismo tiempo como desbordante para saciar. ¡Si conocieses el don de Dios! El don de Dios es el Espíritu Santo. Todavía le habla Jesús veladamente, pero poco a poco va entrando en su corazón.

Comentarios sobre el evangelio de San Juan 15,5-6.9-12.


Homilía del card. Hans Urs von Balthasar

Nada es más importante para un tiempo de penitencia y ayuno que la idea de que la gracia de Dios precede a toda nuestra acción, la ha precedido siempre, siendo nosotros todavía pecadores. Todos los textos de la liturgia hablan hoy de esto.

1. Agua de la roca. El pueblo, torturado por la sed en el desierto, murmura contra Moisés y en el fondo contra el propio Dios. Esto es lo que se dice al final de la primera lectura: el pueblo ha hecho algo que estaba terminantemente prohibido, ha provocado a Dios, le «ha tentado». Es el mismo pecado hacia el que el diablo quiso atraer también a Cristo en el desierto. Moisés clama al Señor, no ve otra salida. Dios, que prosigue su plan de salvación a pesar de todas las resistencias humanas, oye el murmullo del pueblo (¿cómo se puede no ser indulgente con la gente que muere de sed?) y hace brotar agua de la roca más dura y seca. Esto, que aquí es simplemente un episodio más en la travesía del desierto, se convertirá en el texto neotestamentario en un tema fundamental de la historia de la salvación.

2. «Siendo nosotros todavía pecadores». El episodio de la roca se convierte (en la segunda lectura) en una especie de justificación de la doctrina paulina sobre la gracia que hemos recibido de Dios sin ningún mérito por nuestra parte. Cristo no murió por nosotros porque fuéramos «buenos» y «justos», sino que, incomprensiblemente, lo hizo «siendo nosotros todavía pecadores», rebeldes contra Dios. ¿A quién se le ocurriría morir por un enemigo? Sólo a Dios. El nos ha llamado «amigos» ya antes de su muerte, muriendo por nosotros para demostrarnos su amor (Jn 15,13). Y sin embargo sólo en virtud de esta muerte nos convertimos en amigos, cuando, desde la herida del costado de Jesús, «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones», cuando, al entregar su espíritu en la muerte, «se nos dio el Espíritu Santo».

3. Las dos lecturas preparan el maravilloso diálogo de Jesús con la Samaritana. Una primera oferta de gracia es el ruego de Jesús para que la mujer le dé de beber. Un don que la pecadora no comprende, aunque no se niega a hacerle ese favor (no sabemos si realmente dio de beber a Jesús). Después viene, en segundo lugar, la oferta del agua viva, del don celeste de la vida eterna, oferta que la pecadora es incapaz de comprender. Sólo la tercera gracia encuentra eco en el cerrado corazón de la mujer: la confesión que Jesús, en virtud de su propio saber, arranca a la mujer; en lo sucesivo la Samaritana se muestra receptiva a la palabra del «profeta»: comienza el diálogo sobre la adoración de Dios. Tras el intercambio de dos o tres frases, se llega enseguida al culto con espíritu y verdad, y a la automanifestación de Jesús como el Ungido de Dios. Aquí el agua de la gracia ha penetrado ya hasta el fondo del alma de la pecadora, la ha purificado y la ha impulsado a la acción apostólica. La penitencia de la mujer -que ella reconozca de buen grado el pecado que se le atribuye- es casi insignificante ante la gracia que determina todo desde el principio. Esto se confirmará en la Iglesia cuando el verdadero creyente considere ya su penitencia cumplida ante Dios como un efecto de la gracia generosamente derramada por Dios: es una posibilidad, no una necesidad; la posibilidad de acompañar unos metros en su camino de expiación al Hijo, que hace penitencia por todos nosotros.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 47 s.

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