Les ofrezco este comentario a los textos litúrgicos del domingo
-El agua viva
No se podían escoger mejor los textos escriturísticos para anunciar a los catecúmenos cómo su sed va a ser saciada. Reencuentran al Señor, la Roca de la que brota el agua en el desierto (Núm. 20,1-3; 6, 2), se aproximan a Cristo Agua viva para quienes creen en él (Jn. 4, 5-42).
Las aguas amargas de Mará habían provocado el descontento entre el pueblo de Dios, salido de Egipto. Bajo la orden del Señor, una especie de madero echado al agua las volvió dulces (Ex. 15,22-26).
Pero poco después se dejó sentir la falta de agua. Estaban en Masá y Meribá, dos nombres dados al valle de Rafidim que expresaban cómo el pueblo fue puesto a prueba y cómo se querelló contra Moisés y contra su Dios.
La lectura desarrolla ante los ojos y el corazón de los catecúmenos esta tragedia histórica. El pueblo de Dios está cansado, camina desde hace mucho tiempo en la fatiga y la miseria, sin verdadera cohesión, sin organización eficaz. Humanamente se puede explicar su rebelión instintiva, pero no llega a justificarse su falta de confianza cuando ya su Dios ha hecho tanto por él. Ninguna mirada al pasado y al constante apoyo del Señor, sino, sin reflexión y en medio de violencia, murmuraciones y cólera: "Danos agua". Este grito lanzado a Moisés y a través de él al Señor, hubiera podido ser el recurso propio de la confianza en la prueba, petición optimista, segura de la respuesta y de la salvación. Pero el grito no fue expresión de una esperanza confiada sino una invectiva en medio de la desesperación.
El pueblo de Israel se separaba así de su Dios. Fue un momento crucial en su marcha y un pecado de desesperación que lo marcó para siempre. Los salmos recordarán este instante de defección:
Pero ellos volvían a pecar contra él,
a rebelarse contra el Altísimo en la estepa
a Dios tentaron en su corazón (...)
Hablaron contra Dios
dijeron: ¿Será Dios capaz
de aderezar una mesa en el desierto? (Sal. 78,17-l9).
La roca se yergue ante el pueblo en su masa inexorable. No hay salida humanamente aparente. Moisés mismo no parece afirmado en la fuerza todopoderosa del Señor. Aarón comparte su inquietud. Ambos serán castigados por el Señor: "Por no haber confiado en mí, honrándome ante los hijos de Israel, os aseguro que no guiaréis a esta asamblea hasta la tierra que les he dado" (Núm. 20, 12).
Pero el poder del Señor se manifiesta: "Toma la vara y reúne a la comunidad, tú con tu hermano Aarón. Hablad luego a la peña en presencia de ellos, y ella dará sus aguas. Harás brotar para ellos agua de la peña, y darás de beber a la comunidad y a sus ganados" (Núm. 20,8).
Toda la esperanza no podía reposar más que en Yahvé. "Y el agua brotó en abundancia".
El Salmo 77,15-16 se maravilla de ello:
En el desierto hendió las rocas,
los abrevó a raudales sin medida
hizo brotar arroyos de la peña
y descender las aguas como ríos.
Isaías (48, 21) canta el mismo milagro del Señor:
No padecieron sed en los sequedales
a donde los llevó
hizo brotar para ellos
agua de la roca.
Rompió la roca y corrieron las aguas.
Acontecimiento esencial en la vida de Israel. Este agua que brota, signo del amor del Señor que será llamado "Roca de la Salvación", es un acontecimiento esencial en la vida de Israel:
Venid, cantemos gozosos a Yahvé
aclamemos a la Roca de nuestra salvación (Sal. 94,1).
A propósito de este episodio tan importante, los Padres tienen dos interpretaciones diferentes. Unos ven en este agua, unida a la figura del maná, el tipo del vino eucarístico. San Juan Crisóstomo lo interpreta en este sentido cuando estudia la relación entre el paso del mar Rojo y el bautismo, a propósito del texto de San Pablo en la primera carta a los Corintios (10,4): "En efecto, después de la travesía sobre el mar, la nube y Moisés, Pablo continúa: "y todos bebieron la misma bebida espiritual". Igual que tú, al salir de la piscina de las aguas te apresuras a la mesa, así los israelitas salidos de la mar se acercaron a una mesa nueva y maravillosa, quiero decir el maná. E igual que tú posees una bebida misteriosa, la sangre salvadora, así tuvieron ellos una maravillosa bebida. Allí donde no había ni fuente ni corrientes, encontraron un agua abundante que brotaba de una roca seca y árida" (JUAN CRISÓSTOMO, In dictum Pauli, nolo vos ignorare, etc., PG. 51, 248). San Ambrosio, en sus dos catequesis "Sobre los sacramentos y sobre los misterios" retoma la misma explicación. Para El, el agua de Horeb es tipo del vino eucarístico (AMBROSIO DE MILÁN, Sobre los sacramentos, sobre los misterios, SC. 25 bis, 113, 185). Es en la catequesis "Sobre los sacramentos" donde con más claridad se expresa: "(...) ellos bebían de la Roca espiritual que los acompañaba. Y esta roca era Cristo. Bebe también tú, para que Cristo te acompañe. Considera el misterio: Moisés es el profeta, la vara es la Palabra de Dios, el agua corre: el pueblo de Dios bebe. El sacerdote golpea, el agua brota en el cáliz para la vida eterna". San Agustín recogerá el mismo paralelismo que San Ambrosio (AGUSTÍN DE HIPONA, Tratado sobre San Juan, 26, 12; CCL. 36, 265).
Pero existe también otra interpretación que ve en la Roca de Horeb una figura del bautismo. La interpretación precedente se relacionaba con San Pablo en la primera carta a los Corintios (10, 4). Esta hace referencia a San Juan; San Cipriano es uno de sus más importantes representantes: "Todas las veces que se habla sólo del agua en las Escrituras, se trata del bautismo. Por eso, el profeta predijo que entre los paganos, en los parajes antes áridos, brotarían ríos que abrevarían a la raza elegida de Dios, es decir a los que han sido hechos hijos de Dios por el bautismo. Dice, en efecto: Si tienen sed en los desiertos, Dios les proporcionará agua, la hará brotar para ellos de la piedra; se abrirá la piedra y el agua brotará y mi pueblo beberá (Is. 48, 21). Esto se cumplió en el Evangelio cuando Cristo, que es la piedra, fue abierto por el golpe de lanza en su Pasión. El es quien, recordando lo predicho antes por el profeta, gritó: "Si alguno tiene sed, que venga y que beba. El que cree en mí, ríos de agua viva brotarán de su seno. Y para indicar mejor que el Señor habla aquí no del cáliz sino del bautismo, la Escritura añade: Dijo esto refiriéndose al Espíritu que recibirían los que creyeran en él. Ahora bien, es mediante el bautismo como se recibe el Espíritu" (Según J. DANIELOU. Sacramentum futuri, op. cit., p. 171)
-Si conocieras el don de Dios
Se pasa con toda naturalidad de este relato de "Números" a su completa realización en San Juan (4, 5-42). Este encuentro de Cristo con la Samaritana es singularmente cautivador. Encuentro de Cristo con su criatura en el pecado. El pueblo de Israel se apelotona murmurando frente a la Roca que va a salvarlos. Piensa uno en los primeros días de la creación, cuando Dios se halla ante su criatura; aquí Cristo se encuentra delante de todos aquellos a quienes va a recrear.
San Agustin comenta muy bien este episodio. Describe en él al Creador fatigado delante de su criatura a la que recrea por su fatiga y su Pasión: "Es por ti por quien Jesús está fatigado del camino. En Cristo encontramos la fuerza y la debilidad: se nos muestra a la vez poderoso y anonadado. Poderoso porque "en el Principio la Palabra existía, y la Palabra era Dios, en el Principio él estaba en Dios". ¿Quieres saber cuál es el poder de este Hijo de Dios? "Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada fue hecho". ¿Hay algo más fuerte que aquel que ha hecho todas las cosas sin experimentar cansancio? ¿Quieres conocer su debilidad? "La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros". El poder de Cristo te ha creado; su debilidad te ha recreado. El poder de Cristo ha dado el ser a lo que no era; la debilidad de Cristo ha evitado que pereciese lo que era. En su fuerza nos ha creado, en su desvalimiento ha venido en nuestra busca" (AGUSTÍN DE HIPONA, Tratado sobre San Juan, 15, 6; CCL. 36, 152).
La tipología bautismal de este evangelio se revela en muchos puntos:
(...) el que beba del agua que yo le dé,
no tendrá sed jamás,
sino que el agua que yo le dé
se convertirá en él en fuente
de agua que brota para vida eterna (Jn. 4,1 4).
Así pues, el agua por sí misma no da la vida, sino el agua transformada por Cristo. El agua del pozo es Cristo. Hay que recordar aquí una interpretación que los Padres han dado también a la Roca de Horeb. En ella han visto el costado de Cristo abierto; de él brota el agua. Lo hemos anotado más arriba en San Ambrosio . San Agustín escribirá: "La Roca es figura de Cristo (...) La roca fue golpeada dos veces con la vara. La doble percusión significa los dos brazos de la cruz" (19). Esta interpretación que apunta a la vez al bautismo y a la eucaristía, hace que entendamos mejor la elección del canto de comunión de la misa del 3er. domingo: "El que beba del agua que yo le daré -dice el Señor-, el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna" (Jn. 4,13-14).
Los increyentes pueden tomar conciencia de ello si encuentran a los cristianos enamorados de su fe: en cualquier circunstancia se atreven a pedir "una señal que sea para bien: que los que me odian vean, avergonzados, que tú, Yahvé, me ayudas y consuelas" (Sal. 85,17). Cuando se ven en los áridos desiertos, les basta con gritar, no a la manera de los Israelitas sino con confianza: "Danos agua". Y al recibir la eucaristía oirán a Cristo decirles: "El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás".
El cristiano se ve, pues, inducido a interpretar el don del agua a la Samaritana como el que se hizo en Horeb a los israelitas: fue para ellos alimento y consuelo. Para los catecúmenos es como si oyeran al mismo Juan: el agua dada por el Señor es la que hace renacer de nuevo.
La misa de este domingo está, pues, visiblemente centrada sobre los catecúmenos. Basta resituar sus lecturas y cantos en el marco de los formularios del escrutinio, junto con sus oraciones particulares para la misa, y el espíritu que ha presidido su composición aparece claro. El catecúmeno es un sediento de Dios, está en camino.
El profeta Isaías aplica el episodio de la Roca al nuevo éxodo. El agua para él es entonces el símbolo de la Salvación que Dios dará en los tiempos mesiánicos (Is. 35,6; 41,18; 43,20; 48, 21). Jesús lo afirma en el pozo de Jacob: el Mesías... "yo soy, el que te está hablando". Las promesas están, pues, cumplidas. "Danos agua", gritaban los Israelitas. El Señor ha realizado su promesa. El agua será instrumento de Salvación, fuente de vida, manantial en donde uno renace como saliendo del sepulcro con Cristo, promovido a una vida nueva, prenda de vida eterna. Porque el bautismo no es una conclusión; es un renacimiento para una lucha hasta que Cristo vuelva. El agua se vuelve así esa bebida espiritual, la sangre de Cristo ofrecida en rescate de muchos. Bautismo y eucaristía forman aquí una misma iniciación a la vida de Dios.
-Los grandes temas del evangelio de la Samaritana
Es preciso recoger los grandes temas que pone de relieve esta lectura evangélica, sin duda uno de los más bellos pasajes del evangelio de Juan. Una vez más tenemos ocasión de constatar cómo la liturgia utiliza la Escritura. En una lectura exegética, sería difícil ver en este texto un anuncio sacramental propiamente dicho. Así es, sin embargo, cómo la Iglesia, al utilizar este texto el 3er. domingo -en el que se celebra el 1er. escrutinio para los "elegidos"-, interpretará con los Padres, ese pasaje de Juan.
Hay sobre todo dos momentos de interés: el diálogo con la Samaritana (versos 7-26) y el diálogo con los discípulos (versos 31-38). En el primer diálogo, encontramos el método qui-pro-quo, tan querido de Juan. Se trata la conversación en una doble línea de posible comprensión. La Samaritana entiende el tema del agua en el plano de la sed humana; Jesús ve en ese agua un signo. El promete el agua viva (versos 7-15) y esta agua viva es el don de Dios. Pero este don y esta agua están ligados al conocimiento de Jesús, hasta el punto de que el verso 10 puede hacernos pensar que el don de Dios y del agua viva, es Cristo mismo. El don de Dios ya no es aquí la ley dada a Moisés, sino el conocimiento de Jesús que, además, va a revelar más tarde como el Mesías: "Yo soy, el que te está hablando". El agua es un tema importante en la Biblia. En los libros proféticos se la considera como símbolo de los bienes mesiánicos (Zac. 14. 8; Joel 4,18). En los libros sapienciales se relaciona el agua viva con la sabiduría, considerada allí todavía como fruto del estudio de la ley (Prov. 13, 14. etc.; Eclo. 24, 30). De hecho, puede decirse que el agua viva es el símbolo de la doctrina enseñada por Cristo (20). En el diálogo con la Samaritana, por lo tanto, encontramos una forma de hablar del agua que se refiere a un simbolismo judaico utilizado por Jesús: se trata de una sabiduría simbolizada por el agua. Esta sabiduría es la de Cristo. Y aquí pasamos a un nuevo plano. Se trata de lo que Jesús revela; no se dirige ya únicamente a la Samaritana, sino que declara que "todo el que beba de esta agua" no tendrá sed jamás.
Como es sabido, la Iglesia en su liturgia ver en este agua el agua sacramental del bautismo que hace entrar en la muerte y en la vida de Jesús. Es el momento de subrayar cómo la Iglesia lee los textos sin desviarlos de su significación exegética, pero sí haciendo de ellos una aplicación vital a sus fieles.
En este primer diálogo con la Samaritana, se muestra todavía como profeta (vv. 16-19) y sobre todo como Mesías (vv. 20-26). Hay aquí un texto importante tanto para el sentido de la oración y de la acción litúrgica en el cristiano, como para la educación del catecúmeno. Cristo alude a un conflicto entre dos lugares de culto. Para los samaritanos se trata de dar culto en el monte Garizim, donde Noé había construido un altar después del diluvio y también Abraham había ofrecido un sacrificio (Dt. 27, 4-8). El templo construido en este monte era rival del de Jerusalén. Ahora bien, no era posible que existiesen dos templos. Por eso la pregunta de la Samaritana es pertinente: ¿Dónde se realiza el verdadero culto? La respuesta de Jesús es decisiva: Ha llegado el tiempo en que el culto no está ligado a un templo: "los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad". ¿Qué quiere decir esto; que todo signo, todo rito queda condenado por Cristo? No ha faltado quien lo dijera en ciertos momentos en los que, tal vez, un cierto ritualismo exagerado había invadido el culto cristiano; por eso la Reforma se apoyaba en este texto para condenar todo culto exterior. El problema está en la interpretación de la frase "en espíritu". Si esto significa un culto que se hace espiritualmente, fuera de toda materialidad, en ese caso toda liturgia es condenable. Jesús insistiría en la cualidad de interioridad que debe tener toda oración cristiana. De hecho, se trata de una oración que es provocada en nosotros por el Espíritu, y esto está en consonancia con lo que escribe San Pablo a los Romanos, cuando les recuerda que es el Espíritu quien les permite dirigirse a Dios y gritarle "Padre" (Rm. 8. 26-27).
¿Y qué es el culto "en verdad"? ¿Será el verdadero culto, el culto por fin verdadero, después del de la ley, que era sólo un culto en figura? Habría que estudiar lo que significa verdad en el lenguaje de Juan. Ahora bien la verdad para él es el mensaje que Jesús vino a traer; en definitiva, es Jesús mismo que se declara verdad y vida. La oración se hará bajo el impulso del Espíritu, único que la hace posible, y se hará en Cristo, con él. El segundo diálogo es el que Jesús mantiene con sus discípulos que han llegado en el entretanto (vv. 31-38). El primer diálogo había tenido como resultado clarificar lo que significa tener sed y beber; el segundo aclara lo que significa comer. Hay un alimento que los discípulos no conocen. Y volvemos a encontrar aquí un tema querido de Juan: Cumplir la voluntad del Padre. "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra". Cuando, abandonando todo prejuicio, hablaba con la Samaritana, provocando la extrañeza y casi el escándalo de sus discípulos, cumplía así la voluntad de su Padre y la obra de salvación.
El pasaje ha sido elegido también por la constatación hecha por el evangelista: "Muchos samaritanos creyeron en él por lo que la Samaritana refería de Jesús, pero creyeron mucho más cuando oyeron por sí mismos las palabras que Jesús les enseñaba y vieron en él al Salvador del mundo". Este pasaje era importante para subrayar la universalidad de la obra de Jesús que sería también la obra de la Iglesia. Para quienes llegan a la fe, el final de este evangelio, y también lo que precede, tiene una importancia que no se podría subestimar.
-El amor de Dios derramado en nuestros corazones La 2.a lectura da todo su sentido espiritual a la proclamación del evangelio. Este nos ha hecho tomar contacto con el agua que brota para vida eterna. La 1.~ Iectura nos ha mostrado a los israelitas rebelados desesperadamente en su sed. Henos aquí ahora con San Pablo (Rm. 5,1...8) en plena esperanza. "La esperanza no falla, escribe, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado". Tenemos en nosotros la fuente de agua manante, que ha hecho de nosotros justos en la fe. Hay ahí un misterio de amor que nos resulta difícil entender. E insiste en ello San Pablo: "En verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros".
Este domingo del 1er. escrutinio se presenta, pues, como el del don del amor que apaga la sed. Se le ha podido considerar como un "domingo sacramental". Y así es sin duda como lo concibe la Iglesia, aun no queriendo forzar el exacto significado de los textos. De todas formas, el agua es signo de un don que es el del amor que justifica mediante el Espíritu. Era imposible no ver ahí una relación con el agua sacramental del bautismo.
(ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO:
CELEBRAR A JESUCRISTO 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 19803.Pág. 96-103
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