sábado, 28 de mayo de 2011

6º Domingo de Pascua


1. Bautismo y confirmación.

La primera lectura puede desconcertarnos un poco, pues en ella se dice que en Samaría había hombres que estaban bautizados porque habían aceptado la fe en la palabra de Dios, pero todavía no habían recibido el Espíritu Santo. Y sólo reciben el Espíritu Santo cuando los apóstoles que bajan de Jerusalén les imponen las manos. Ciertamente con esto no se niega que el Espíritu Santo se confiere normalmente con el bautismo, pero aquí se ve claramente que bautismo y confirmación son dos articulaciones diferentes de un único proceso, y que la Iglesia pudo considerarlos como dos sacramentos (cfr. también la teoría de algunos Padres de la Iglesia según la cual los herejes conferirían un bautismo válido, pero sin poder comunicar el Espíritu Santo en él; hoy ya no compartimos esta opinión). Por lo demás, la presencia de Pedro y Juan asegura la unidad de los bautizados en Samaría con toda la Iglesia: Samaría era para los judíos un país herético.

2. El Espíritu de la verdad.

En el evangelio, Jesús, a punto de separarse ya del mundo visible, promete a los que permanezcan en su amor «el Espíritu de la verdad». Jesús se había designado a sí mismo como «la verdad», en la medida en que en él -en su vida,muerte y resurrección- se revela la esencia del Padre de un modo perfecto y definitivo: sólo mediante el destino humano de Jesús se ha demostrado como verdadera la afirmación de Jesús de que «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16), nada más que amor, y que todos los demás atributos no son sino formas y aspectos de su amor. Los discípulos no podían comprender esta verdad que Cristo es y manifiesta en su vida, antes de que «el Espíritu de la verdad» descendiera sobre ellos. «Entonces», les dice Jesús, comprenderéis la unidad del amor entre el Padre y el Hijo, y la unidad entre Cristo y los hombres que aman. Esta unidad es el Espíritu, y él es el que la crea. Esta unidad exige a los hombres admitidos en el amor de Dios vivir totalmente para el amor, pues de lo contrario no podrían ser introducidos por el Espíritu en el amor divino. La gracia siempre contiene también la exigencia de acogerla y corresponderla.

3. Dar razón.

Lo que la segunda lectura exige del cristiano, que «esté siempre pronto a dar razón de su esperanza», no es sino la consecuencia de lo dicho en el evangelio. El cristiano debe mostrar con su vida que el Espíritu de la verdad le anima en todo. No se trata de afirmar con prepotencia y arrogancia que se posee la verdad; nuestra respuesta a los que nos preguntan debemos darla más bien con «mansedumbre y respeto». Con mansedumbre, porque nosotros no somos los dueños de la verdad, sino que ésta nos ha sido dada; y con respeto, porque necesariamente hemos de ser respetuosos con la opinión de los demás y con su búsqueda de la verdad. Por lo demás, la razón que debemos dar de nuestra esperanza no ha de consistir mayormente en discursos polémicos y en la manía de tener siempre razón, sino en estas dos cosas: en una «buena conducta» ante la que deben quedar confundidos los que nos «calumnian», y en el «padecimiento» por amor a la verdad, porque así nos asemejaremos más a la verdad que confesamos: también Cristo, el justo (y nosotros no lo somos), murió por los injustos; y el mejor testimonio que podemos dar de él es imitarle en esto como en todo. Y este testimonio puede costarnos finalmente «la carne», es decir, la vida terrestre, pero precisamente así, junto con el testimonio de Cristo, «volverá a la vida por el Espíritu».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 67 s.

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