sábado, 16 de abril de 2011

Breve introducción a la Semana Santa

ORIGEN Y ESPIRITUALIDAD DE LA SEMANA SANTA

Como es sabido, el misterio pascual marca el centro del Año litúrgico, es núcleo vital. Durante los dos primeros siglos del Cristianismo sólo existía para los cristianos una fiesta: la Pascua semanal, celebrada cada domingo. De la Pascual semanal se pasó luego a la Pascua anual, para conmemorar de una forma más especial la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, que se celebraba el domingo que llamamos de Pascua. Y de ahí, progresivamente fue naciendo y estructurándose lo que llamamos Año litúrgico. Primero la celebración anual de la Pascua se extendió a los tres días que preceden al domingo de Resurrección: Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado Santo. Posteriormente se extendió a toda la semana. Los primeros testimonios sobre celebraciones especiales durante esta semana se los debemos a la peregrina Egeria, que viajó a Tierra Santa, hacia el siglo IV, y dejó por escrito en su cuaderno de notas los actos de culto que los fieles de Jerusalén realizaban esos días.

Así, pues, se designa con el nombre de Semana Santa a los días que preceden inmediatamente al domingo de Pascua. La Semana Santa ha sido llamada también "Semana grande", "Semana prototipo" (hebdomada authentica), "Semana pascual" y "Semana de la Pasión", expresiones frecuentes entre los antiguos Padres de la Iglesia y los rituales de oriente y occidente.

Cuando en 1955, el Papa Pío XII procedió a la restauración litúrgica en la Iglesia latina de esta semana, se decía en el Decreto Maxima Redemptionis nostrae mysteria: "La santa Madre Iglesia, ya desde la edad apostólica, tuvo interés en celebrar todos los años, con una memoria especial, los más grandes misterios de nuestra Redención: la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Al principio, los momentos capitales de estos misterios se celebraban con un triduo particular: el triduo de Cristo crucificado, sepultado y resucitado. Muy pronto se añadió la memoria solemne de la institución de la santísima Eucaristía. Y, finalmente, en el domingo que precede a la Pasión, fue introducida la celebración litúrgica de la entrada triunfal de nuestro Señor a la Ciudad Santa. Así se originó la peculiar semana litúrgica que, por la excelencia de los misterios celebrados, fue llamada santa, y fue adornada de solemnes y especiales ritos".

Según la normativa litúrgica actual, dentro de la Semana Santa, ocupa un lugar privilegiado el Triduo Pascual de la Pasión y Resurrección del Señor, que comienza con la Misa vespertina de la Última Cena del Jueves Santo, se continúa con la celebración solemne de la Pasión del Señor del Viernes, tiene su centro en la Vigilia Pascual del Sábado y se concluye con las vísperas del Domingo de Resurrección. La preeminencia que tiene el domingo en la liturgia semanal ordinaria, la tiene la solemnidad de Pascua en el año litúrgico. Por los grandes misterios cristianos que en esta Semana se celebran, y por el fruto espiritual que estas celebraciones deben producir en todos es por lo que a estos días se les reconoce como SEMANA SANTA Y TRIDUO SANTO PASCUAL.

En estos días se conmemoran y celebran los misterios más importantes que han tenido lugar en la historia de la humanidad. Es verdad que su profundo contenido sólo puede ser entendido con ojos de fe, pero incluso para quienes no tienen ese don, esta semana puede proyectarse sobre el horizonte de sus vidas bajo la luz de la SANTIDAD.

Durante esta semana todo se convierte en santo. En santo se convierte, no sólo el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino también, en virtud de la Pasión y Resurrección de Cristo, el pan, el vino, el cuerpo y la sangre humana: el sufrimiento, el sacrificio, el sudor, la generosidad, la entrega y el amor de cualquier persona. Las tinieblas de los hombres, con sus pretensiones y fricciones, van a empezar a formar parte de lo que también quiere convertirse en santo.

En el comienzo del mundo todo era santo. Afirma el Génesis al concluirse la creación: «Y vio Dios que todo era muy bueno». Todas las criaturas llevaban la impronta y el sello de Dios. Todo el universo estaba cargado de significación divina para el hombre. Cuanto había recibido el ser y la existencia era un signo y un vehículo para que las personas se encontraran con su Creador.

Pero el pecado desbarató y desconcertó esta obra. Lo que había nacido como santo y principio de santidad, pasó a ser profano, impuro, sacrílego y sucio. Había perdido su destello divino, y el sentido y la orientación que recibiera de su Hacedor. Desde ese momento, cuanto estaba llamado a conducir al hombre a Dios, comenzó a ser por obra del Maligno obstáculo para la amistad del hombre con Él.

En la Semana Santa, el universo humano recobra su santidad primera con la Muerte y Resurrección de Cristo y su triunfo sobre el pecado. El día y la noche, las semanas, los meses y los años serán espacios santos. El trabajo, el esfuerzo y el sudor serán instrumentos de santificación. Las personas, nuestros semejantes y el mismo cosmos nos invitarán a vivir del amor y de la armonía de Dios. Y el sufrimiento, el dolor, los fracasos, las contrariedades e incluso los tropiezos serán ocasiones para asemejarnos a Dios que, en el persona de su Hijo, asumió todas las debilidades humanas para dignificarlas como signos e instrumentos de gracia.

La Semana Santa, pues, nos invita a vivir santamente; a ser instrumentos de santidad en el mundo profanado por el pecado; y a santificar lo que aún permanece alejado de Dios. Hoy y siempre podemos repetir: «Seamos santos, porque Dios es santo".


Por Roberto Ortuño Soriano, o.p.

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