El mensaje de la homilía de hoy podría centrarse claramente en las
dos parábolas del evangelio, las dos referentes a la semilla y su crecimiento.
A veces la palabra de Dios nos conduce a unas consecuencias de
tipo moral (cómo actuar), y otras, a una perspectiva de comprensión: cómo
"ver" e interpretar la Historia de la salvación, también en nuestra
vida. Hoy es esta segunda perspectiva la que prevalece. Las lecturas nos ayudan
a entender cómo Dios conduce nuestra historia y cuál es nuestra actitud ante su
estilo de actuación.
-La semilla que crece sin saber cómo.
El protagonista de la primera parábola es la semilla. No tanto el
labrador o la calidad del terreno (como en la parábola del sembrador). La semilla
tiene dentro de sí una fuerza ("virtus", "dynamis") que es
la que la hace germinar, brotar, crecer, madurar... Cuando en nuestro actuar
humano hay una fuerza interior (el amor, la ilusión, el interés), la eficacia
puede crecer notablemente.
Pero cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, o
su Espíritu, o la gracia salvadora de Cristo Resucitado, entonces el Reino
germina y crece poderosamente. El hombre (nosotros, los cristianos) puede y
debe colaborar, pero la fuerza es de Dios. El es el "autor", aunque
su presencia esté escondida. La energía del Espíritu en el mundo, en la
Iglesia, en cada uno de nosotros: este es el factor decisivo. La parábola es
una invitación a que sepamos descubrir la presencia de este Espíritu y de esta
fuerza interior. El "Reino" crece desde dentro, porque Cristo está
activo, porque su Espíritu es protagonista. El Reino ya está en marcha, está ya
"sucediendo".
Esto es algo que debería invitarnos a no caer en el orgullo por
nuestras técnicas, aplicadas también a la "salvación del mundo": es
bueno que apliquemos las técnicas mejores, pero el Reino va adelante por su
fuerza interior. No cabe en nuestros ordenadores.
Como la semilla no germina porque lo digan los sabios botánicos,
ni la primavera espera a que los libros señalen su inicio o su actuación. La
fuerza del Evangelio, la eficacia dinámica de la Palabra de Dios, son algo que
viene del mismo Dios, no de nuestras técnicas.
Naturalmente no es una invitación a la pereza: nuestra
colaboración también entra en el plan salvador de Dios. Y además esta
convicción de la fuerza intrínseca de los semilla nos debe hacer colaborar con
optimismo, con esperanza, porque el Reino está en buenas manos.
La parábola apunta también a que no nos impacientemos. La semilla
tiene su ritmo. Tal vez alrededor de Jesús también había quien quería ver
frutos inmediatos, y él les remite a esta comparación expresiva: la semilla
dará su fruto, pero lentamente. Sin efectos espectaculares. También nosotros
podemos tener la tentación de la eficiencia a corto plazo.
Todavía otro matiz: la semilla germina sin que el labrador sepa
cómo. En la labor con que los cristianos contribuimos a la obra salvadora de
Cristo en este mundo, muchas veces tenemos que conformarnos con "no
entender" y no poder "medir" y controlar el crecimiento de este
Reino...
-Una semilla pequeña y un arbusto grande
La segunda parábola, que es la que empalma con la lectura de
Ezequiel, nos presenta otro aspecto del estilo con que Dios conduce la historia
de la salvación, o sea, el Reino. Los medios más humildes, los orígenes más
sencillos son los que él prefiere para realizar su obra salvadora. Como tantas
veces en el AT y el NT va eligiendo a personas y pueblos que humanamente no
tendrían ninguna garantía de éxito.
El Reino no viene como un ejército de ocupación o una revolución
espectacular: viene como una semilla insignificante (pero llena de vigor
interior, como ha dicho la primera parábola), y por eso crece y da fruto.
La comparación de Ezequiel nos recuerda el fracaso del árbol
grande y orgulloso que había sido Israel, y que es tronchado.
Pero también un rayo de esperanza: una ramita de este tronco roto,
el "resto" de ese Israel maltrecho, se convertirá en un árbol grande,
el pueblo mesiánico. No por los propios méritos, sino por obra de Dios. Una
invitación también para nosotros, a saber ver cómo también en nuestra historia
lo humilde y sencillo, lo cotidiano y poco espectacular, puede ser el lugar del
encuentro con un Dios que salva. Solemos apreciar las técnicas llamativas. Dios
actúa con otro estilo. Como dijo la Virgen en su Magnificat, precisamente a los
humildes y los pobres y los hambrientos es a los que Dios enaltece, hace
fecundos y colma de bienes. Y no a los ricos y los que se crecen poderosos.
Todo esto tiene aplicaciones en la vida de la Iglesia, y de cada
grupo, y de cada persona concreta. Es cuestión de "saber ver" esta
presencia y este estilo de Dios en nuestra historia. Es El quien conduce y hace
eficaz el Reino. Y busca nuestra colaboración, humilde y confiada a la vez.
Dios y su Reino no son domesticables a nuestro gusto. Son sorprendentes. No
caben en nuestros esquemas.
También en la Eucaristía podemos encontrar reflejo de este
mensaje. Tanto la Palabra de Dios, semilla fecunda y vigorosa, como el Cuerpo y
Sangre de Cristo, el alimento que Cristo nos da como garantía y semilla de vida
eterna en nosotros, tienen mucho de oculto, son elementos sencillos, pero con
una eficacia salvadora. Con ese doble alimento que Cristo Resucitado nos
comunica tenemos la mejor fuerza para que la vida sea en verdad fecunda para
los demás.
Pbro. José ALDAZABAL
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