domingo, 1 de abril de 2012

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor - Ciclo B





La primer lectura, del Antiguo Testamento, en la que se pone de relieve la actitud del Siervo de Dios ante el sufrimiento -soporta todo sin defenderse, sabiendo que Dios así lo quiere-; y la del Nuevo Testamento, que describe el abajamiento voluntario del Hijo de Dios, en perfecta obediencia, hasta la muerte en la cruz. Como este abajamiento no sólo es modelo para nuestros sufrimientos, sino arquetipo de la perfecta obediencia humana, se describe la posterior elevación pascual, sin la que tanto el sufrimiento de Jesús como todo sufrimiento humano carecerían de sentido. Para el creyente que escucha el relato de la pasión, este relato sólo tiene sentido como obra del amor divino que culminará en Pascua. Pero este conocimiento previo que posee el creyente no debe llevarle a edulcorar la dramática realidad del viacrucis (al final «todo saldrá bien»), sino que tiene que tomarla -así lo exige Dios y la Iglesia en nombre de Dios- lo más en serio posible.

1. La prodigalidad.

No es casualidad que al principio aparezca el relato del amoroso derroche del perfume de nardo que una mujer derrama sobre la cabeza de Jesús y que se conoce como la unción de Betania. Jesús rechaza toda crítica al respecto; lo que la mujer ha hecho está muy bien, pues le ha ungido (Mesías significa el Ungido) para su muerte: una acción definitiva de la Iglesia amante que tiene validez hasta el fin del mundo. La prodigalidad es la primera actitud cristiana, sólo después viene la caridad calculadora para con los pobres. Cuando su muerte se ha convertido ya en cosa cierta debido a la traición de Judas, Jesús se prodiga de una forma aún más ilimitada en su Eucaristía. Todos beben por adelantado la sangre derramada, y esto será así hasta el fin del mundo: la pasión entera está bajo el signo de esta perfecta y pródiga autodonación del amor divino al mundo.

2. La traición general.

La actitud de los hombres en la pasión está descrita con un realismo que frisa con la crueldad. Es como una acumulación de todos los pecados imaginables que los hombres cometen en la persona de Jesús contra el propio Dios. Primero el adormecimiento de los discípulos mientras deberían velar y orar: una somnolencia que se prolongará a través de la historia de la Iglesia. Después la traición abierta y confesa por mor de una ventaja material; y esto siendo Jesús plenamente consciente no sólo de la traición con que le pagará uno de sus discípulos, sino también de la negación de que será objeto por parte del otro, sobre el que debe construirse su Iglesia. Y finalmente la huida cobarde de todos los discípulos. Que la traición se produzca con un beso, es algo que ciertamente se repetirá. Y en la desbandada general de los que han sido llamados a seguir a Jesús cunde tanto el pánico que uno de ellos se desprende de su vestido y escapa desnudo. Esto en lo que a los discípulos se refiere. Después el pueblo elegido, en el juicio público, reniega de su Mesías, entregándolo a los paganos, impidiendo su liberación (elige a Barrabás) y pidiendo a gritos su crucifixión. Judíos y paganos compiten en toda forma de injuria, de humillación, de ultraje corporal y de tortura, de menosprecio de la misión salvífica de Jesús hasta el momento supremo de la cruz.

3. El último grito.

En el relato de la pasión sólo se recogen estas palabras de Jesús en la cruz: «¿Por qué me has abandonado?». A este porqué no se le da ahora ninguna respuesta. De momento no hay lugar para ningún tipo de alivio. Por eso la vida del Salvador del mundo termina con «un grito muy fuerte» en el que da expresión, no sólo humanamente, sino también divino-humanamente, a la tremenda injusticia perpetrada contra Dios por la historia del mundo, a la ignominia más inconcebible. Y precisamente este grito, con el que expira Jesús, conduce al centurión a la fe.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 149 s

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