sábado, 8 de octubre de 2011

Domingo 27º Durante el Año

1. Rechazo del enviado de Dios.

Indudablemente la parábola de los «viñadores perversos» se refiere en primer lugar al comportamiento de Israel en la historia de la salvación: los criados enviados por el propietario de la viña para percibir los frutos que le correspondían son ciertamente los profetas, que son asesinados por los labradores egoístas por exigir lo que corresponde a Dios. Pero la parábola no estaría en el Nuevo Testamento si no afectara de alguna manera a la Iglesia. Esta Iglesia, como se dice al final del evangelio de hoy, es precisamente el pueblo al que se ha dado el reino de los cielos quitado a Israel para que Dios pueda recoger por fin los frutos esperados. Preguntémonos si los recoge realmente de la Iglesia tal y como nosotros la representamos. Ciertamente los percibe de los criados enviados en la Iglesia, sobre todo de los santos (canonizados o no), pero la cuestión que acabamos de plantearnos sigue en pie: ¿cómo los ha recibido la Iglesia y como los recibe todavía? En la mayoría de los casos mal, y muy a menudo no los recibe en absoluto; muchos de ellos (también papas, obispos y sacerdotes) experimentan una especie de martirio dentro de la misma Iglesia: rechazo, sospecha, burla, desprecio. Y si se les canoniza después de su muerte, su imagen se falsifica no pocas veces según los deseos de la gente: así, por ejemplo, Agustín se convierte en el promotor de la lucha contra la herejía, Francisco en un entusiasta de la naturaleza, Ignacio en un astuto estratega, etc. Estas palabras de Jesús siguen siendo verdaderas: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa» (Mc 6,4). Y todo miembro de la Iglesia tendrá que preguntarse también si y en qué medida la decepción de Dios a causa de la viña que él ha plantado con tanto cariño -«esperaba que diera uvas y dio agrazones»- le afecta a él personalmente, a él que está habituado a criticar a la Iglesia como tal.

2. La decepción de Dios.

¡Sí, la decepción de Dios! A causa de la Sinagoga y de la Iglesia, que tiende siempre a alejarse de él, y hoy quizá más que nunca, porque cree saber -en las cuestiones de la fe, de la liturgia, de la moral- todo mejor que Dios con su revelación anticuada. Esa Iglesia que, en vez de alabarle y adorarle, corre constantemente tras dioses extraños -la misa como autosatisfacción de la comunidad (al final, si la representación ha gustado, se aplaude), la oración como higiene del alma, el dogma como arquetipo psíquico, etc.- y da pábulo a la preocupación de Pablo: «Me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con astucia, se pervierta vuestro modo de pensar y abandone la entrega y fidelidad al Mesías» (2 Co 11,3). Lo mismo que de la Sinagoga quedó un «residuo» fiel y santo (Rm 11,S), así también subsistirá siempre -y en este caso ciertamente mucho mayor- ese «resto santo» formado por María, los santos y la Iglesia de los verdaderos cristianos.

3. El resto.

Pablo, que se considera parte de ese resto, nos da en la segunda lectura una descripción de los sentimientos que reinan o deberían reinar en él. Y si en la Iglesia infiel predomina una inquietud permanente, una búsqueda de lo nuevo o de lo novedoso, de lo más aprovechable temporalmente, de lo que asegura la mejor propaganda, en el resto fiel, a pesar de la persecución, o precisamente en la persecución, domina «la paz de Dios que sobrepasa todo juicio». Y si Pablo promete a la comunidad: «El Dios de la paz estará con vosotros», entonces se reconocerá al verdadero cristiano por esa paz que reina en él, aunque lamente la actual situación del cristianismo y pertenezca a los que tienen hambre y sed, que son llamados bienaventurados.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 108 s.

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