1. Escuchar y actuar.
La unidad de estos dos verbos constituye el punto álgido del evangelio de hoy: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca». Los peligros a evitar en este sentido son dos: simplemente escuchar y no actuar: después, cuando vengan las lluvias torrenciales y los vientos, la casa se derrumbará estrepitosamente; por mucho que entonces se diga «¡Señor, Señor!», la puerta del cielo no se abrirá. o bien actuar sin haber escuchado primero, en cuyo caso se actuará según el propio criterio y no como Dios manda. El que no está dispuesto a escuchar primero la palabra de Dios, como María, será censurado como Marta a causa de su activismo. No hay acción cristiana que valga sin contemplación previa (y siempre, de nuevo, previa). El que no ha escuchado a Jesús cuando habló del Padre celeste, nunca podrá rezar un verdadero «Padrenuestro». En la primera lectura aparece exactamente la misma enseñanza. Israel recibirá la bendición de Dios «si escucha los preceptos del Señor y los cumple» (v. 27.28.32). Se habla ciertamente de «todos los preceptos»; no se trata, por tanto, de escuchar sólo un poco -por ejemplo, «dichosos los pobres»- y marcharse como si ya se supiera todo, fabricándose una teología reducida o sesgada del obrar cristiano.
2. ¿Qué hay que escuchar?
Pablo nos lo dice en la segunda lectura, donde habla ya desde la palabra de Dios cumplida, desde la cruz, Pascua y Pentecostés. Y debemos escuchar toda esta palabra, una e indivisible, si queremos comprender realmente lo que Dios nos dice. Y nos dice que deberíamos ante todo acoger su libre gracia que nos ha merecido la obra expiatoria de Jesús con su sangre derramada; fuera de ahí no hay ningún medio de ser justo ante Dios. Sólo Dios desbroza el camino que conduce a él, el camino que nosotros podemos y debemos recorrer. Pablo puede incluso decir que la propia Ley nos muestra la preeminencia de la libre gracia de Dios (v. 21). Del evangelio se puede sacar la enseñanza complementaria de que ningún carisma, por maravilloso que éste sea, puede sustituir a la obediencia debida a la palabra de Dios o garantizarla sin más: ni profetizar en su nombre, ni arrojar demonios en su nombre, ni hacer muchos milagros. Pablo lo confirmará con bastante énfasis: «Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles... Ya podría tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber... Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor -amor a Dios y al prójimo, que es la única respuesta que Dios espera del que escucha su palabra-, de nada me sirve» (1 Co 13,1-3). La respuesta a su amor, cuya manifestación incluye en sí todo lo que él ha hecho en Cristo por nosotros.
3. La lluvia torrencial y la roca.
Quien sólo escucha, y no actúa, construye sobre arena, es decir, sobre sí mismo o sobre algo tan débil como pasajero. Quien hace lo que oye de Dios, construye sobre roca, esto es, sobre Dios, al que en los Salmos se le designa constantemente como la roca. El es la roca que, de forma invisible, como fundamento, preserva a la casa del derrumbamiento. En la Nueva Alianza, Jesucristo, el Verbo encarnado de Dios, puede también ser designado como la roca: petra autem erat Christus (1 Co 10,4); y Jesús da este mismo nombre a la piedra fundamental de su Iglesia: Pedro se ha convertido en esta piedra fundamental en virtud de su confesión de fe (Mt 16,18), que se confirma en su acción de apacentar el rebaño de Jesucristo y morir por él. Dios-Cristo-Pedro tienen esta característica en común: ser roca que resiste a la lluvia torrencial. Esta tiene que llegar -Jesús no se cansa de repetirlo- para poner a prueba la solidez de la construcción. Se puede incluso añadir que la persecución no sólo pone a prueba al cristiano, sino que aumenta su solidez (1 P 1,6-7).
HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 80 s.
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